La historia trataba sobre un hombre. Un hombre con una obsesión: La perfección.
Antes de hacer algo pensaba demasiado en ello. En las consecuencias, en la mejor forma de llevarlo a cabo, en la manera de hacerlo sin cometer errores, en descubrir el secreto para no equivocarse. Él siempre creyó que era normal, que no pasaba nada por reflexionar un poco.
Tenía un problema. No siempre lograba la eficacia y por culpa de ello era capaz de aguantar días enteros sin hablar con nadie, sin comer y encerrado, solo por reflexionar. Mientras tanto su vida seguía. El tiempo no paraba de correr y, como era de esperar, no se detendría para él. Su rostro comenzó a demacrarse y no mucho después, su cuerpo también. Lentamente se fue volviendo loco hasta que llegó el día en que se
transformó por completo. Aquel día, ahora borroso, acabó con el poco rastro de cordura que aún poseía. Aquel día significó un antes y un después. Aquel día nunca más volvería a ser un día cualquiera. Aquel día cometió un error que le perseguiría hasta el día del juicio final.
Nunca volvió a ser el mismo. No hacía más que recordarlo y arrepentirse. Solo pensaba en el pasado sin darse cuenta de que estaba perdiendo el presente y destrozando su futuro. No volvió a pisar la calle, no volvió a salir, nunca más volvió a hablar. Sus labios desaparecieron al no servirle de mucho, incluso estuvo tanto tiempo sin abrir los ojos que se esfumaron de su rostro dejando una extraña cicatriz y convirtiendo su cara en un cuadro
completamente desfigurado nada bonito de contemplar. Sus manos se arrugaron de tal modo que se volvió más torpe de lo que se creía antes.
Se le acababa el tiempo y no era consciente del daño que se estaba haciendo solo por reflexionar y estudiar una y otra y otra y otra vez su error. De todos modos, tampoco parecía importarle, se hallaba demasiado ocupado pensando y
lamentándose de algo que ni él podía recordar. Su error quedaba tan atrás que, aunque no pudiera parar de
autoflagelarse, ya no lo recordaba.
Pasaron las semanas, los meses, los años... y seguía mal. Continuaba sin darse cuenta de lo que había perdido y de todo lo que estaba por perder. Era incapaz de escapar de sus pensamientos, se ahogaba en depresiones que él mismo inventaba y aún así, no paraba de reflexionar. Llegó a tal punto de obsesión que su aspecto no era el de una persona sana. Ni si quiera era el de una persona. Ahora era un monstruo, un ser extraño que no podía hablar y que había olvidado hasta caminar
erguido. Y todo esto...¿por qué? Yo se lo diré. Por reflexionar. Un consejo les doy: No reflexionen, simplemente hagan lo que crean oportuno sin pensar demasiado en las consecuencias porque, si no disfrutan de la poca libertad que se les brinda, ¿qué les queda?
Y pensar que el error que cometió fue no besarla...